«Estos son mis principios y si no te gustan, bueno, tengo otros».
Groucho Marx
Petites, se me están haciendo bola mis principios (diría que tanto que parecen finales, pero suena muy melodramático y tampoco me paga Netflix por darle material para las series).
Me estoy leyendo Sapiens. De animales a dioses (libro densito, pero que recomiendo para saber cosas) y ya he llegado a la parte en la que se descubre el pastel de que los seres humanos somos una plaga para el planeta, el ecosistema no puede controlarnos la sobrepoblación y nos estamos sobrando muchísimo en general. Allá por donde pasamos acabamos con todo. Y hasta aquí «bien», a ver, tampoco tengo yo la culpa directamente así que no me flagelo, pero claro, hay un apartado dentro de la explicación de nuestra historia en la que habla de cómo domesticamos y explotamos al ganado. Y esto mal. Un poco como los vídeos esos que convierten a la gente en vegana, pero fino. Total, que me he dicho a mí misma «Bueno, pues ya está, ayer me comí mi última hamburguesa». Pero luego he pensado en la cantidad ingente de huevos que comemos en casa. Y en el queso, que también es de explotación animal. EN DEJAR EL QUESO, PETITES. O sea ¿qué clase de compromiso loco puede hacerme llegar a dejar el queso? «Bueno, pues lo busco ecológico, que parece un compromiso que puedo hacer», he pensado, y me he leído toda la legislación sobre agricultura y ganadería ecológica (o sea, toda, el BOE completo, todos los puntos. Estoy mal. Ayuda) no fuera a ser que eso de ecológico y gallinas felices y pollas varias sea otra trola o simplemente deje huecos para apalear a los conejos, por ejemplo, no sé. No lo era, parece una alternativa decente. Pero claro, las marcas que compro de yogur en el mercado de mi barrio, aunque son de economía local, no son ecológicas. Y las que son ecológicas son mucho más caras, que todo ok, pero coño, es más caro, y ENCIMA TIENE MÁS PLÁSTICO QUE LO LOCAL, y también intento reducir el plástico, o sea que a ver qué hacemos.
Luego llego a casa y me muero de calor, pero no puedo poner el aire acondicionado porque caliento de más el planeta para enfriar la casa de muñecas en la que vivo. Y así con todo.
DEMASIADO E INSUFICIENTE
Es que no hay manera de acertar. O sea, es que no la hay. Y yo lo intento, petites, de verdad. Y no compro; o compro local; y reduzco mi huella ecológica, reutilizo y reciclo; y arreglo mi ropa para no tirarla y generar más residuo; intento concienciar a la gente; utilizo jabón hecho con aceite usado; voy andando a los sitios; y ¿no viajo en avión? ¿Dejo el queso? ¿Me hago vegetariana? ¿Vegana? (¿Me mato? ¿Qué hago, me mato? QUÉ ANGUSTIA POR DIOS).
No puedo más. Ya no sé dónde trazar la línea entre lo que está bien por principios (los míos) y lo que quiero permitirme hacer. Se me ha olvidado cómo ser egoísta en ese sentido y me está haciendo polvo. No porque eche de menos esas cosas o prefiriese no pensar en ellas, no. Me llena muchísimo hacer todo esto, me hace sentir mejor y por eso las hago. Además de porque es bueno para el planeta, porque me aporta una tranquilidad, una paz y una felicidad inmensas (y eso es egoísta aunque sea del «egoísmo bueno»). Pero no sé dónde parar. En algún punto se me ha hecho bola y es demasiado: demasiado porque es una preocupación constante, pero insuficiente porque podría hacer más; insuficiente porque me parece demasiado, pero demasiado porque nunca es suficiente.
¿CÓMO? E ¿Y SI?
¿Cómo lo hace la gente? ¿Cómo lo hacen esas personas que, como yo, van descubriendo cómo de mal está el mundo y quieren hacerlo mejor? ¿Hay algún momento en el que sienten que están satisfechos con lo que hacen? «Bueno, yo ya reciclo, con eso me vale»; «Tengo un delfín apadrinado, con eso ya estoy bien». ¿Siguen tirando del hilo? Y si es es así, ¿hasta dónde? ¿Me tranquilizaría hacer limpiezas semanales de playas o bosques? ¿Y apadrinar un rinoceronte?
Normalmente para decidir si hacer algo esta bien o mal (cualquier cosa en cualquier ámbito) primero me pregunto qué pasaría si ese algo lo hiciese todo el mundo. «¿Y si todo el mundo tirase una sola lata de Coca-Cola al suelo?» Mal. «¿Y si todo el mundo tratase a la gente con respeto y dignidad?» Bien.
El problema es que ya no sé cuándo dejar de preguntar.