¿Un gorro con orejas? ¿Yo? ¿Dónde? ¿Qué?

No me he comprado un gorro de leopardo con orejitas. O eso es lo que les voy a decir a mis amigas cuando vean el post y me pregunten. Diré algo así como «¿Yo? ¿El gorro con orejitas ese que os enseñé? Nooo. No».

Y es que el otro día lo vi de compras con una amiga, me lo probé, a ella no le gustó nada (que yo lo entiendo, joder, que es de leopardo, de pelito y tiene orejas) pero me pareció taaaan mono que me hice una foto y se lo mandé por Whatsapp a todo pichibirichi. Ni que decir tiene que solo me apoyó una de mis amigas con el estupendo comentario de «En París con este frío debe quedar perfecto». Lo veo. Total, que ahí se quedó, en Zara. Pero he tenido que volver a por él. Que no sé con qué me lo voy a poner, pero me hace feliz.

A veces me preocupa muy seriamente mi salud mental y mi sentido del gusto, porque si ha habido alguien más reacio al estampado de leopardo que yo, que venga Dior y lo vea. Y miradme ahora: un maldito gorro de pelito con orejas. Pero esto se acaba aquí. No voy a decir que no va a caer nada más de este estampado porque tampoco nos vamos a engañar, un cinturón todavía cae, pero prometo no llevar jamás de los jamases una camisa, camiseta, chaqueta, pantalón, short o falda de animal print. A menos que me haga muy muy feliz también y entonces negaré haber escrito esto.

Conclusión: las cosas hay que hacerlas (y comprarlas) por lo felices que nos hagan.