Zurich es la señorita Rottenmeier

Un viaje más en el que no me acuerdo de que tengo que grabar o sacar fotografías, pero que las dos cosas no se puede. De verdad, petits, a ver si para el próximo me lo recordáis porque se me va a volver a olvidar y estamos en las mismas: teniendo que volver a Zurich porque de fotografías voy servida (bueno, un poco a medias) pero de vídeos no y me apetecía contaros cositas desde allí. Además, que no sabéis el coñazo de saca la cámara, guarda la cámara, saca la otra, «Ay, no, esto mejor en vídeo», «Espérate, que no le he dado», «¿Me has sacado con el tucán?», «¿Pero sale bien el tucán o no?» y «Nada, lo grabo también que luego se piensan que era de plástico». Por no mencionar el dolor de espalda de los 3 kilos de material vídeo-fotográfico Zurich arriba y Zurich abajo. Que una cosa os voy a decir, tendrán todos los tranvías que quieran, pero Zurich está, como Madrid, construido sobre colinas, y no hay chocolate en el mundo que remedie el palizote, así os lo digo.

Lo que sí tengo que decir en mi favor después de este viaje (aparte de lo requetebién que me han quedado las fotos, no digáis que no) es que ya casi puedo considerarme una viajera pro porque ya sé qué ropa meter en la maleta dependiendo del tiempo que vaya a hacer y, lo más importante, qué zapatos y calcetines llevar para no pasar frío nunca-unca ni que me duelan los pies después de horas de pateo. Medallita de las Girl Scouts YA. Vamos, es que no sabéis cómo se me llena la boca cada vez que digo que he estado en Suiza en Febrero y no he pasado frío.

En fin, tonterías aparte, ahora que tengo tiempo para escribir (y viajar, comer, hacer CrossFit 5 veces por semana, estudiar y gastar el dinero que gané trabajando), antes de meterme en detalles y curiosidades sobre Zurich, quería contaros mis primeras impresiones sobre la ciudad, porque iba con muchísimas ganas de conocerlo y era una toma de contacto para ver si me decidía a estudiar el máster allí, pero me decepcionó un poco, la verdad. Y no porque el viaje fuese mal ni nada, de hecho el vuelo fue genial, incluso conocí a una alemán supersimpático con el que estuve hablando la mitad de él; luego encontrar a María en el aeropuerto fue hasta gracioso (porque ¿cómo de guay es que cada una vivamos en un país y quedásemos para encontrarnos en un tercero? Mucho. Muy guay). Pero al salir a la calle mi sensación fue como «¡Qué gris!». Y así fue un poco todo el viaje. No me malinterpretéis, Mery es una excelente compañera de viaje y lo pasamos pipa; es la ciudad, su aura, la luz de Zurich, que es gris. Incluso aunque no esté nublado, se respira sobriedad vayas a donde vayas, aunque las casas estén pintadas de colores. Nunca habría imaginado que una calle con casas rosas, naranjas, verdes y azules pudiese resultar tan seria. Pero sí. Quizá fuese porque me la imaginaba como París, luminosa, brillante, ostentosa. Una ciudad de luz fría pero bella. Si hablásemos de mujeres, París sería una chica preciosa, borde e inalcanzable. Zurich, la señorita Rottenmeier. Segura, sobria y fría. Y todavía estoy decidiendo si vamos a necesitar un poco más de tiempo a solas o qué.