Tengo cara de albondiguilla

—He comprado magdalenas, Jessi.

«A sabiendas de que eres la única en casa que las come y que ya no comes bollos ni guarrerías nunca» debería añadir. Es la manera sutil que tiene mi madre de informarme de que no está de acuerdo con mi pérdida de peso. Bueno, tampoco quiero dramatizar, sé que también es porque me quiere y se acordó de mí cuando fue a por el pan (porque no quedaban camisetas de «Alguien que me quiere mucho me trajo esta camiseta de… LA PANADERÍA»). No es que haya dejado de comer, not at all, ni que esté otra vez con el Whole o ninguna otra dieta, solo como lo que necesito y no pico entre horas. De hecho, como podréis apreciar en las fotografías, no se me nota ni un poquino el kilo y medio que he perdido, sigo teniendo esta cara de papo que Dios me ha dado, aunque estoy empezando a pensar que el problema está en el corte de pelo, no solo en mi cara, pero ea.

Mi rollo era perder aproximadamente kilo y medio antes de empezar de nuevo con el CrossFit (porque los crossfiteros también se toman vacaciones y te dejan tirada vilmente dos semanas haciendo sentadillas y abdominales en el patio de tu casa), y casi me he afianzado en el peso que quería, así que todo guay. Bueno, todo-todo, no. La verdad es que cuando vi las fotos me dio un poco el bajón, porque no me veo como me gustaría y como ya no me paso el día en el curro martirizada, tengo mucho más tiempo para pensar en estas tonterías. Tengo más tiempo y más que ver también, a ver si se acaba el verano de una vez y puedo volver a esconder mis muslitos en pantalones largos sin que me dé un tabardillo.