Es así, tengo las tetas en el ombligo. Tengo el pecho muy bajo. Pero MUY bajo. Igual en el ombligo exactamente, no, pero tampoco está tan lejos, y es algo que siempre me ha dado mucha vergüenza.
Amor propio
Se está poniendo de moda una cosa que me llama poderosísimamente la atención; esas publicaciones con miles de interacciones que rezan mensajes del estilo de:
«Se han reído de mi padre/hija/hermano/abuela por llevar este pantalón/peinado/camiseta/mochila. Dadle un poco de amor para demostrarle que esa gente está equivocada».
El otro día (tengo esto escrito desde enero de 2015), mientras me preparaba para la típica primera cita, me sorprendí a mí misma pensando «¿Y si no le gusto?» toda preocupada. En serio, totalmente angustiada. Luego pensé en la cantidad de veces que habré pensado eso a lo largo de mi vida sentimental (que no es como si me hubiese pasado por la piedra a medio mundo, pero que he tenido más de dos citas de esas, y lo sabéis porque poco menos que os las he ido retransmitiendo minuto a minuto) y me cabreé un poco conmigo misma. Cómo que ¿y si no le gustaba YO a ÉL? ¡Qué coño! ¿Y si no me gusta él a mí?
¿Y SI NO LE GUSTO?
Desde luego, ha llovido bastante desde que escribí, y pensé, eso, y si no bastante, por lo menos lo suficiente como para no habérmelo vuelto a preguntar ninguna de las veces que he quedado con un hombre. Y no sé si es la edad, mi viejuventud o la confianza la que me ha hecho cambiar, pero me parece algo irracional que sea algo que las mujeres nos hayamos acostumbrado a preguntarnos a todas horas. Como si fuese nuestro deber gustarle a alguien. Como si fuese prioritario gustarle a una persona, ya sea hombre o mujer, por encima de preguntarnos si nos gusta a nosotras esa persona (o si nos gustamos nosotras, pero eso es otro tema).